En general, todos coincidimos cuando alguien tiene éxito. Cuando otro cumple con nuestras expectativas, tiene éxito. A su vez, cuando cumplimos las expectativas de otros, nos pueden considerar exitosos. Ni que hablar si son superadas esas expectativas.
Lo que no está muy claro es cuando somos exitosos para nosotros mismos. Solemos estar gobernados por reglas muy distintas. El orden natural no nos afecta en cuanto a considerarnos exitosos. Uno puede pensar que cuando cumple una meta lo logra, cuando llega a un objetivo, o hasta cuándo cumplimos o superamos expectativas de otros.
Nuestra mente nos guía y nos empuja hacia una sola dirección, el éxito. Cabe aclarar que en el transcurso de nuestra vida, solemos cambiar de metas, objetivos, y por lo tanto, la mente nos dirige hacia lugares muy dispares, dependiendo en qué momento de nuestra vida nos encontremos.
Nuestro objetivo supremo es el éxito, solemos tener aversión al fracaso.
Sin embargo, cuando logramos llegar a los objetivos que nuestra mente nos marcó y aun nos queda vida por recorrer, no significa que nos sintamos exitosos. Hay otra entidad que gobierna y nos dictamina sin mucha lógica cuando debemos sentirnos exitosos o fracasados.
Nuestro ser interno, nuestro corazón, aquel dictador que sólo está interesado en cumplir con sus caprichos, es el capitán a cargo de dictaminar cuando nos sentimos exitosos y cuando no.
Los caprichos de este ser, en cambio de los objetivos de nuestra mente, en primera instancia no está guiados por la lógica. Se alimenta de un ser más ancestral, más básico, relacionado muchas veces con la parte más vil de nuestro ser. Por otro lado, suelen ser más constantes, ya que este ser no se deja influenciar por razonamientos ni experiencias.
Con este desdichado ser, caprichoso, vil y siniestro convivimos a diario. Sus designios no estamos obligados a seguir, pero tenemos que saber que cada vez no lo satisfagamos, nos va a hacer sentir el rigor de sus emociones.
Hay veces, debemos reconocer, que puede tener algún capricho bueno, y al cumplirlo sentimos la doble satisfacción de cumplir con nuestra noble mente y a la vez, con este ser, que puede ser tan detestable.
La mayoría de las veces, por otra parte, sus caprichos suelen ser viles y siniestros, y es ahí cuando la luz que podamos tener a nuestro alcance, debe encandilar a este dictador tan orgulloso, así como cruel.
Es por eso, que cuando sintamos que fracasamos, hay que analizar a quien hemos fracasado. ¿A los demas? ¿A nuestra mente? ¿O a nuestro corazón?
También, debemos saber que los caprichos de nuestro corazón se alimentan de los éxitos de nuestra mente. Es por eso que muchas veces, aún cuando hayamos cumplido los objetivos más nobles, nos sentimos fracasados. Nuestro corazón nos succiona ese éxito, porque no le dimos lo que él quería.
Es tan básico, tan fundamental nuestro emperador de emociones, que es muy sabio no hacerle caso, aunque muy difícil y costoso.
Cuando insistimos en guiarnos por la lógica, el bien común, en general, cuando actuamos con altruismo, solemos alimentar a la bestia, dándole éxitos genuinos para que luego nos atormente y nos haga sentir insignificantes, miserables.
Por otro lado, cuando cedemos a este ser temible, aunque sabemos que cumplimos con él, tenemos las certeza que quedamos en deuda con la razón, ya que nos hace actuar de forma totalmente incomprensible.
Es por eso que, para vivir sintiendo que somos fracasados, al menos intentemos llevarle la contra al dictador de nuestros caprichos, es preferible alimentarlo de nuestros éxitos y no vivir a su merced, que sería alimentarlo con nuestra vida.
Lo que no está muy claro es cuando somos exitosos para nosotros mismos. Solemos estar gobernados por reglas muy distintas. El orden natural no nos afecta en cuanto a considerarnos exitosos. Uno puede pensar que cuando cumple una meta lo logra, cuando llega a un objetivo, o hasta cuándo cumplimos o superamos expectativas de otros.
Nuestra mente nos guía y nos empuja hacia una sola dirección, el éxito. Cabe aclarar que en el transcurso de nuestra vida, solemos cambiar de metas, objetivos, y por lo tanto, la mente nos dirige hacia lugares muy dispares, dependiendo en qué momento de nuestra vida nos encontremos.
Nuestro objetivo supremo es el éxito, solemos tener aversión al fracaso.
Sin embargo, cuando logramos llegar a los objetivos que nuestra mente nos marcó y aun nos queda vida por recorrer, no significa que nos sintamos exitosos. Hay otra entidad que gobierna y nos dictamina sin mucha lógica cuando debemos sentirnos exitosos o fracasados.
Nuestro ser interno, nuestro corazón, aquel dictador que sólo está interesado en cumplir con sus caprichos, es el capitán a cargo de dictaminar cuando nos sentimos exitosos y cuando no.
Los caprichos de este ser, en cambio de los objetivos de nuestra mente, en primera instancia no está guiados por la lógica. Se alimenta de un ser más ancestral, más básico, relacionado muchas veces con la parte más vil de nuestro ser. Por otro lado, suelen ser más constantes, ya que este ser no se deja influenciar por razonamientos ni experiencias.
Con este desdichado ser, caprichoso, vil y siniestro convivimos a diario. Sus designios no estamos obligados a seguir, pero tenemos que saber que cada vez no lo satisfagamos, nos va a hacer sentir el rigor de sus emociones.
Hay veces, debemos reconocer, que puede tener algún capricho bueno, y al cumplirlo sentimos la doble satisfacción de cumplir con nuestra noble mente y a la vez, con este ser, que puede ser tan detestable.
La mayoría de las veces, por otra parte, sus caprichos suelen ser viles y siniestros, y es ahí cuando la luz que podamos tener a nuestro alcance, debe encandilar a este dictador tan orgulloso, así como cruel.
Es por eso, que cuando sintamos que fracasamos, hay que analizar a quien hemos fracasado. ¿A los demas? ¿A nuestra mente? ¿O a nuestro corazón?
También, debemos saber que los caprichos de nuestro corazón se alimentan de los éxitos de nuestra mente. Es por eso que muchas veces, aún cuando hayamos cumplido los objetivos más nobles, nos sentimos fracasados. Nuestro corazón nos succiona ese éxito, porque no le dimos lo que él quería.
Es tan básico, tan fundamental nuestro emperador de emociones, que es muy sabio no hacerle caso, aunque muy difícil y costoso.
Cuando insistimos en guiarnos por la lógica, el bien común, en general, cuando actuamos con altruismo, solemos alimentar a la bestia, dándole éxitos genuinos para que luego nos atormente y nos haga sentir insignificantes, miserables.
Por otro lado, cuando cedemos a este ser temible, aunque sabemos que cumplimos con él, tenemos las certeza que quedamos en deuda con la razón, ya que nos hace actuar de forma totalmente incomprensible.
Es por eso que, para vivir sintiendo que somos fracasados, al menos intentemos llevarle la contra al dictador de nuestros caprichos, es preferible alimentarlo de nuestros éxitos y no vivir a su merced, que sería alimentarlo con nuestra vida.
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