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El extraño

Era todo nuevo para él. Caminaba por calles que jamás había transitado, veía rostros que no reconocía, escuchaba un lenguaje que no comprendía. Hasta percibió aromas y colores que nunca había sentido.
Era una extraño en un lugar extraño. Y aunque parezca un juego de palabras fuera de lógica, extrañaba. Extrañaba su hogar, el aroma de los alimentos de su niñez, esos rostros amados. Para el resto de la gente, era una persona más en un mar de extraños, cómo suele suceder en las grandes ciudades. Nuestro extraño, no sabiendo por qué estaba allí, o como había llegado, trató de comunicarse con algún transeúnte, pero descubrió que no reconocía ese lenguaje extraño, y para él era imposible hacerse entender, ni siquiera haciendo señas. Entró a un comercio donde vendían cosas tan exóticas para él, que no reconocía. Inútilmente trató de hablar con el vendedor.
Ya frustrado, y sin entender como terminó en aquel lugar extraño, siendo un extraño en medio de extraños, se sentó en la entrada de una casa. Extrañó mas que nunca sus calles conocidas, sus aromas y sabores que tanto apreciaba, y las voces de aquellos que recordaba con tanto afecto.
Pasó un rato, y el sol empezaba a esconderse. En ese momento decidió buscar un lugar donde pasar la noche. Sin mucho más remedio que caminar en busca de algo parecido a un hotel, llegó a una avenida muy concurrida. Había muchos carteles con letras irreconocibles. Pero de alguna manera, reconoció la entrada de un hotel muy concurrido, donde entraba y salía mucha gente, con grandes maletas, y más extraños. Se preguntó cómo iba a hacer para pagar una noche en este lugar tan elegante. Empezó a rebuscar en sus bolsillos y encontró dinero, sólo que no lo reconoció y no recordaba cómo habían llegado allí. Sin apelar a la razón, entró al hotel, con unos billetes en la mano. Se acercó al mostrador y allí la persona que atendía, comprendió inmediatamente que quería una habitación, tomó el dinero, que aparentemente, alcanzaba para una noche en una habitación regular. Le dio una llave y lo invitó a seguir a un muchacho vestido de manera tal que parecía ser la conjunción de los colores más extraña que había visto nunca.
Este ágil muchacho lo llevó a un gran ascensor, subieron unos 12 pisos, dieron vueltas por varios pasillos iguales, que estaba seguro que no iba a recordar jamás como salir de allí. Llegaron a una puerta que se diferenciaba del resto sólo por su número, sí reconocible para el extraño, parece ser que estos y los que él recordaba eran similares. Entró a la habitación. Ésta era pequeña, modesta, pero confortable. Una cama cómoda, con vista al exterior. Tenía un baño bien equipado donde se pudo dar una ducha caliente, y pensar qué hacer. Tuvo que ponerse la misma ropa que llevaba, no tenía otra cosa encima.
Ya sentado en la cama, pensó en qué iba a ser de él. Se le ocurrió revisar su billetera, para darse cuenta que tenía su documento, con su foto, pero no su nombre como él recordaba. Pero, ¿qué recordaba? Parecían muy lejanos en el tiempo aquellos momentos felices de su niñez. Luego no tenía claro qué recordaba, sí que había algo que le causaba un profundo dolor.
Vio en la mesa de luz el teléfono, pero no recordaba ningún número como para llamar a alguien. Buscó entre sus pertenencias, y no pudo encontrar su celular.
Lo único que le quedó por hacer fue acostarse, mirar el techo, y tratar de dormir. ¿Cómo poder dormir si todo el entorno nos asegura que no somos quienes creemos? ¿Qué iba a hacer al día siguiente para continuar, ya no con la búsqueda de su hogar, sino de su vida, de su ser?
Sin darse cuenta, esa maraña de pensamientos tan fundamentales, se fueron apagando hasta entrar en un profundo sueño.
Un leve sonido comenzó a sonar. Parece que era el despertador de la habitación contigua. Esto perturbó el sueño del extraño, que lentamente volvió de su sueño. Con el amanecer ya en el horizonte, se vistió y bajó al comedor a desayunar. Luego de entregar la llave de la habitación, salió nuevamente a caminar. En un momento llegó a una calle que le pareció muy familiar. Caminó por ella, hasta que llegó a un lugar que él recordó perfectamente. Entró en este lugar, y fue recibido muy bien. Una persona le preguntó que le pasó, donde había pasado la noche, en un idioma que él comprendió perfectamente.
Su mente comenzó un recorrido cuya velocidad fue mayor a la de la luz. Comenzó con un amor, una pérdida, un duelo, un viaje, un destino sin final, como si estuviera escapando de algo, cuando en realidad quería escapar del dolor, el más cruel de todos los perseguidores, y el más tenaz.
Luego de unos instantes para volver en sí, recordó qué hacía allí, para qué había venido. Sin decir mucho más, se dirigió hacia la habitación que había rentado en ese hotel. Hace más de dos meses que se quedaba allí. Se cambió su ropa, encontró allí su teléfono, y el resto de sus pertenencias que había llevado a ese viaje.
Ya se había acostumbrado a esas pérdidas de memoria repentinas, en donde lo único que recordaba era su feliz niñez. La recordó a ella, pero en realidad, aunque la había amado, jamás fue feliz a su lado.
¿Por qué será que se idealiza tanto la niñez? Seguramente todos pasamos por momentos duros de niños, pero solo parece que recordamos esos momentos que nos hacen querer volver allí, donde el dolor parecía ser cosa de las películas. Si sucedió algo triste en ese periodo, seguro que nuestro cerebro se encargó de nuetralizarlo, porque todo niño, no solo desea ser feliz, lo necesita, su ser se encarga de que lo sea a toda costa.
Recordando su niñez tan añorada, ya nuestro no tan extraño, buscó su boleto para la excursión que tenía programada, para recorrer esa montaña tan famosa, cercana a la ciudad. En realidad, la montaña no le importaba mucho. Quería verla de nuevo a ella, sabía que hoy le tocaba el tour de la montaña. Ya la había visto en las visitas de la ciudad, del lago, del museo, de la mansión. Quería ver si para ella podía dejar de ser un extraño.
Porque el dolor, por más sádico que parezca, nos domina en la medida que los recuerdos vivan, y él quería apagarlos. Porque los recuerdos nos llevan a lugares que ya no existen pero parecieran ser más reales que el presente, donde vive nuestro ser pasado. Un lugar donde el ser presente muchas veces ya no desea ni volver a visitar.
Esta decisión fue la que tomó, al juntar mucho valor, y hablar con la chica del tour, convidarle un chocolate, y decirle que se encontraba muy encantadora ese día. Porque lo extraño, lo desconocido, aunque nos cause temor, lo que es seguro es que en el presente no nos causa dolor, como lo pasado y conocido. Porque lo extraño no se puede extrañar, nuestro extraño decidió conocer a una extraña, y como no hay recuerdos del futuro,  tampoco puede haber dolor por el futuro. Y porque sin dolor, no hay por qué escapar, decidió perseguir su futuro a escapar de su pasado.

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